Siempre recuerdo un lugar recoleto con flores: jazmines, buganvilla…
Estaba bajando la Avenida de los Reyes Católicos. Un poco más arriba de lo que llamaban la “cuestecilla”. Una escalerita estrecha entre montes que subía hasta unas casas, delante de ellas una casa pequeñita, cerrada, en cuya ventana más cercana a la escalera se enredaban las flores y allí en el alféizar de mosaicos, montaba yo mi casita, y me ponía a jugar como si tuviera una casa con jardín.
De vez en cuando asomaba por la esquina la cara de mi madre, que viéndome tan distraída y que allí seguía se marchaba hasta que otra vez y pasado un pequeño rato volvía para verme.
Nunca estaba sola porque siempre alguna amiga, se convertía en vecina mía al traer sus juguetes y exponerlos en otro sitio al lado de una de las casas que estaba en el rincón. Teníamos cinco o seis años.
La visitaba siempre que iba a Ceuta, la pequeña casita un día desapareció, el lugar permanecía muy parecido al de mi infancia aunque en la cuestecilla ya hacía mucho tiempo que hicieron una escalera ancha.
Descubrí hace tres años, que todo estaba muy cambiado. Una escalera paralela a la carretera era la que facilitaba el único acceso a ese lugar que había sido cercado y las casas aisladas de la escalera ancha (situada más abajo) de tal forma que las casitas tienen delante una especie de terraza hermosa, con precioso suelo y con balconada a la avenida, con una cancela justo al terminar la escalera que yo no me atreví a traspasar pues el lugar antes de paso ahora era territorio privado y no era cuestión de entrar en aquel sitio sin permiso ni excusas.
Lo miré desde fuera, y me convencí de que ese lugar tal como era antes ya solo existiría en mis recuerdos.
Nunca más he vuelto por allí. Solo lo visito con la imaginación y se está bien sentada en la escalera, meditando bajo aquel cielo. De vez en cuando “pasa” alguien conocido y me saluda con cariño, con una sonrisa. Nada más necesita mi corazón para volver a ser feliz cómo cuando era una niña tan querida.
Nine
Estaba bajando la Avenida de los Reyes Católicos. Un poco más arriba de lo que llamaban la “cuestecilla”. Una escalerita estrecha entre montes que subía hasta unas casas, delante de ellas una casa pequeñita, cerrada, en cuya ventana más cercana a la escalera se enredaban las flores y allí en el alféizar de mosaicos, montaba yo mi casita, y me ponía a jugar como si tuviera una casa con jardín.
De vez en cuando asomaba por la esquina la cara de mi madre, que viéndome tan distraída y que allí seguía se marchaba hasta que otra vez y pasado un pequeño rato volvía para verme.
Nunca estaba sola porque siempre alguna amiga, se convertía en vecina mía al traer sus juguetes y exponerlos en otro sitio al lado de una de las casas que estaba en el rincón. Teníamos cinco o seis años.
La visitaba siempre que iba a Ceuta, la pequeña casita un día desapareció, el lugar permanecía muy parecido al de mi infancia aunque en la cuestecilla ya hacía mucho tiempo que hicieron una escalera ancha.
Descubrí hace tres años, que todo estaba muy cambiado. Una escalera paralela a la carretera era la que facilitaba el único acceso a ese lugar que había sido cercado y las casas aisladas de la escalera ancha (situada más abajo) de tal forma que las casitas tienen delante una especie de terraza hermosa, con precioso suelo y con balconada a la avenida, con una cancela justo al terminar la escalera que yo no me atreví a traspasar pues el lugar antes de paso ahora era territorio privado y no era cuestión de entrar en aquel sitio sin permiso ni excusas.
Lo miré desde fuera, y me convencí de que ese lugar tal como era antes ya solo existiría en mis recuerdos.
Nunca más he vuelto por allí. Solo lo visito con la imaginación y se está bien sentada en la escalera, meditando bajo aquel cielo. De vez en cuando “pasa” alguien conocido y me saluda con cariño, con una sonrisa. Nada más necesita mi corazón para volver a ser feliz cómo cuando era una niña tan querida.
Nine
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