Todas las mañanas la veo, la mayoría de las noches también. Me miro al espejo, y está en el cristal reflejada. Me impacta la imagen, no pierdo la serenidad. Lleva mis camisones, y los que heredé, el turquesa y blanco bordado con perlas, el rosa con flores color chocolate, el amarillo con adornos pistacho...todos se pone, todos los que me pongo.
Hoy tenía ojeras y su cara me preocupó un poco, más tarde su semblante se recuperó mientras un tímido rubor cubría sus mejillas. Le sonreí con ternura, seria, me devolvió la sonrisa, amplia y calurosa.
-¿Quién eres tú?- le he preguntado en tono de broma, ella me ha hecho la misma pregunta, nos hemos reído, traviesas, yo sé bien quién soy, lo que quiero ser, una persona sencilla y buena como ella.
Se había marchado cuando salí de ese laboratorio.
Sentada ante el gran ventanal del salón dónde está la mesa de mármol en la que me gusta desayunar ha venido a mi memoria un precioso relato de un libro que tenía cuando empecé a leer con seis años que desapareció de mis recuerdos y su título he olvidado.
El relato se llama: El espejo de Matsuyama.
Una madre antes de morir entrega a su hija una cajita, regalo que su esposo le trajo de un viaje, le dice que no esté triste que cuando ella desaparezca allí podrá encontrarla. Cuando la joven abre la caja, ve una imagen que es idéntica a la de su madre, no sabe que es su cara reflejada en el espejo, un objeto que ella desconoce que existe.
Yo veo a mi madre todas las mañanas cuando me levanto, después me “disfrazo”, ella queda dentro de mí, muy dentro de mí.
Hoy tenía ojeras y su cara me preocupó un poco, más tarde su semblante se recuperó mientras un tímido rubor cubría sus mejillas. Le sonreí con ternura, seria, me devolvió la sonrisa, amplia y calurosa.
-¿Quién eres tú?- le he preguntado en tono de broma, ella me ha hecho la misma pregunta, nos hemos reído, traviesas, yo sé bien quién soy, lo que quiero ser, una persona sencilla y buena como ella.
Se había marchado cuando salí de ese laboratorio.
Sentada ante el gran ventanal del salón dónde está la mesa de mármol en la que me gusta desayunar ha venido a mi memoria un precioso relato de un libro que tenía cuando empecé a leer con seis años que desapareció de mis recuerdos y su título he olvidado.
El relato se llama: El espejo de Matsuyama.
Una madre antes de morir entrega a su hija una cajita, regalo que su esposo le trajo de un viaje, le dice que no esté triste que cuando ella desaparezca allí podrá encontrarla. Cuando la joven abre la caja, ve una imagen que es idéntica a la de su madre, no sabe que es su cara reflejada en el espejo, un objeto que ella desconoce que existe.
Yo veo a mi madre todas las mañanas cuando me levanto, después me “disfrazo”, ella queda dentro de mí, muy dentro de mí.
Nine
2 comentarios:
Es precioso, Nine. Con toda la delicadeza de la cultura oriental.
Un beso.
A mí me encanta ese cuento Malena, me alegra que a tí también.
Besos.
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