Me asomé al Arrecife de las Sirenas, creí verlas bailar entre la espuma que se forma al llegar las olas y golpear o acariciar las rocas. Las vi salir del agua... creí verlas, ¡qué más da!, el espectáculo estaba servido era algo especial, único, y yo una espectadora privilegiada en primera fila en aquel día de primeros de Septiembre con una suave brisa acariciando mi cuerpo, besándome en la boca con el mayor descaro que jamás lo hizo el viento con alguien, tan cerca del Mar Mediterráneo.
Bajé a la playa de las Salinas, me tumbé en la arena mientras la perrita giraba a mi alrededor en una inacabable vuelta al ruedo que ella se había inventado para celebrar, tal vez, que pisaba la arena tantas veces prohibida a los perros. Mientras, mi amor se consumía en una fiebre repentina que lo llevó a los brazos de Morfeo, sentí la soledad en compañía.
Mi hija, muy jovencita, permanecía callada, así solía estar desde hacía unos días, cuando le comunicaron que el chico del que estaba enamorada se había matado en un accidente de tráfico; ya había llorado todo lo que se puede llorar, estaba en esa fase en la que se acaban las lágrimas y se entra en un estado de mutismo de estar perdida entre la gente, incluso entre la que te quiere mucho. Cuando se nos acaban las palabras de consuelo para decirle al que sufre solo podemos pedir que el tiempo pase rápido y cure las heridas lo antes posible.
Al mismo tiempo, mi padre se moría un poco más aquella tarde sin tener yo la más leve sospecha de que esto estaba ocurriendo; se guardaba sus males, los sufría en silencio
no se quejaba nada, nos engañó como a niños convencidos que el mal era pasajero una simple indisposición veraniega que no tardaría en pasar, no sé porqué lo hizo, después de esto toca llorar el doble o el triple, no puedes hacerte a la idea en tan poco tiempo. Es algo parecido a la noticia de un accidente.
Al ignorar lo que en realidad estaba ocurriendo la tarde fue agridulce, es lo que recuerdo. El atardecer en colores, el mar seductor invitando al baño, la arena cálida y el ambiente sosegado lleno de silencio, de paz.
Con el paso de las horas en aquel lugar sentados en la playa nos fuimos impregnando de salitre con ese olor tan característico que allí en las salinas era mucho más intenso, respiré profundamente antes de abandonar aquella orilla tan soñada
En el pueblo de San Miguel encontré cariño y unas atenciones que me emocionaron, ¡qué buenas gentes! Lo sentí así y el recuerdo que guardo es uno de mis tesoros. Todo era bello y especial en la costa de Almería.
¡Hermosa tierra!
Desconocida para muchos entrañable para otros. Espero que siempre conserve ese encanto y la respete todo el que se acerque a ella a sus lugares dónde es tan fácil soñar despierto, sentir el calor de sus gentes y disfrutar de todo lo que ofrece que es mucho.
En el pueblo de San Miguel encontré cariño y unas atenciones que me emocionaron, ¡qué buenas gentes! Lo sentí así y el recuerdo que guardo es uno de mis tesoros. Todo era bello y especial en la costa de Almería.
¡Hermosa tierra!
Desconocida para muchos entrañable para otros. Espero que siempre conserve ese encanto y la respete todo el que se acerque a ella a sus lugares dónde es tan fácil soñar despierto, sentir el calor de sus gentes y disfrutar de todo lo que ofrece que es mucho.
Nine